jueves, 10 de abril de 2025

SOCIEDAD DE FOMENTO LIBRE ASOCIACIÓN

 La asociación de vecinos de Villa Desvelada había sido fundada en un estallido de entusiasmo cívico el mismo año en que el intendente prometió asfaltar las calles con una mezcla de alquitrán y buenas intenciones, fórmula que terminó produciendo una sustancia gelatinosa donde se hundían perros callejeros y sueños de progreso. El núcleo duro lo formaban tres facciones irreconciliables: los partidarios de expulsar al Dr. Miró por haber diagnosticado sífilis al cantero de geranios de la plaza, los defensores a ultranza de su derecho a ejercer la psiquiatría botánica, y un tercer grupo que solo asistía a las asambleas por el vino tinto que servía la tesorera en vasos de polietileno con logo de una empresa de fertilizantes. La cuestión se enredó cuando la asociación misma comenzó a mostrar síntomas de lo que el Dr. Miró llamó "psicosis gremial aguda": durante una sesión memorable, el acta fundacional fue leída en verso alejandrino mientras el secretario organizaba las sillas siguiendo el patrón de constelaciones zodiacales. El conflicto escaló hasta involucrar a la embajada de un país balcánico que confundió nuestras actas con un manifiesto neo-dadaísta y nos invitó a una bienal de arte conceptual en Zagreb, viaje que nunca se concretó porque los fondos se esfumaron en comprar un calefón industrial que jamás instalaron. La gota que colmó el vaso de los socios fue cuando la comisión directiva intentó aplicar la teoría de juegos a la recolección de residuos, resultando en un sistema donde cada bolsa de basura debía contener un haiku escrito en su exterior so pena de multa. La asociación se declaró en quiebra espiritual y financiera tras el incidente de las boleadoras, artefacto que según el reglamento interno debía usarse para dirimir disputas mediante duelos criollos, pero que terminó en manos del agregado cultural de no-se-sabe-qué-nación quien, en un acto de diplomacia folklórica mal entendida, se las obsequió a un cosplayer de Batman durante el festival de cine independiente. El escándalo llegó a las páginas de política internacional cuando Patoruzú fue citado como testigo clave en un juicio por apropiación indebida de iconografía patagónica, lo que derivó en una crisis identitaria que aún hoy se estudia en seminarios de antropología absurda. La solución vino de la mano de un psiquiatra geriátrico que recetó dosis masivas de neurolépticos a la propia asociación, personificada ahora en la figura de Doña Petrona, una vecina nonagenaria que hablaba en plural mayestático y firmaba actas con huellas dactilares de sus diez gatos. Medicada hasta las cejas, la antigua entidad que nos representaba se redujo a balbucear asociaciones básicas entre objetos y conceptos: "silla-mesa-taza-té" repetía como mantra mientras baboseaba sobre los estatutos, incapaz ya de relacionar "impuesto a la luz" con "corrupción municipal" o "planta de tratamiento de efluentes" con "espejismo colectivo". Los vecinos, en un raro momento de cohesión, decidimos que era preferible esta versión domesticada antes que revivir los tiempos en que las asambleas terminaban con interpretaciones libres del Martín Fierro usando títeres de sombra hechos con medias sucias. Ahora, cuando Doña Petrona intenta vincular los cortes de agua con las aventuras de Isidoro Cañones, simplemente le ofrecemos una galletita de agua y cambiamos de tema. El calefón sigue oxidándose en el galpón municipal, las calles son un collage de baches y promesas, y Batman fue visto en la feria artesanal usando las boleadoras como collar new age mientras predicaba sobre la alquimia de los conflictos vecinales. En algún lugar entre el fracaso de las utopías comunitarias y la resignación pintada de normalidad, Villa Desvelada sigue su curso, cultivando geranios que quizás algún día florezcan sin rastros de sífilis metafórica, mientras el fantasma de la asociación libre ronda los pasillos de la sede social, ahora convertida en depósito de sillas plegables y manuales de autoayuda municipal nunca leídos.

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