jueves, 10 de abril de 2025

EL VÉRTICE DEL PARAÍSO

El árbol de la discordia era un paraíso plantado en el vértice exacto donde las veredas de la señora Ofelia y el ingeniero Aréstegui se disputaban centímetros de acera como si fueran territorios en litigio desde la Guerra del Paraguay. Ofelia, devota de podar cada rama que osara inclinarse sobre su jardín de enanitos gnomos pintados con esmalte de uñas, acusaba al árbol de albergar brujas chupasangre en sus raíces. Aréstegui, ateo y cultivador de cactus transgénicos, defendía el follaje como pulmón moral de un barrio ahogado en mediocridad burguesa. Las disputas escalaron hasta involucrar al comité de la cuadra, la asociación de feng shui del Mercosur y un tuitero anónimo que aseguraba ser el algoritmo encarnado en carne humana.  

El ciclón llegó un martes de siroco y latas de cerveza voladoras. Derribó postes, techos de chapa, el kiosco de Don Sixto donde se vendían figuritas de San La Muerte junto a Viagra genérico. Cuando amainó, solo el paraíso seguía en pie, erguido como un monumento a la terquedad. Ofelia juró que durante la tormenta vio al árbol bailar un malambo mientras esquivaba rayos. Aréstegui publicó un ensayo en Medium titulado Vegetal resistance: hacia una ontología arbórea del capitalismo tardío.  

El conflicto mutó entonces. Un día aparecieron grafitis en el tronco: ¿Quién escribe al que escribe? y El humano es un error de ortografía. Apareció un tipo con overol amarillo que decía llamarse Dogma 95 y exigía talar el árbol siguiendo las 7 obstrucciones ecológicas. Cuando Ofelia le preguntó por la quinta obstrucción, el tipo comenzó a recitar el guión completo de Los idiotas mientras orinaba en los geranios.  

La milicia llegó cuando alguien (quizás el algoritmo, quizás Aréstegui borracho) denunció actividades subversivas en la farmacia. El cabo primero, que escribía haikus en su libreta de multas, dictaminó que el árbol era sospechoso de inteligencia colaborativa con especies no binarias. Ofelia intentó sobornarlo con galletitas de animalitos que había guardado desde el corralito. Aréstegui citó a Marcuse y le escupió un cactus en la solapa.  

En el epílogo no escrito pero sobreentendido: el paraíso sigue allí. Sus raíces rompieron cañerías, cables de fibra óptica y tres relaciones matrimoniales. Ofelia se volvió influencer tiktokera enseñando a leer el futuro en las hojas secas. Aréstegui desapareció tras publicar un manifiesto encriptado que solo puede leerse reflejado en bidones de agroquímicos. El algoritmo, por su parte, sigue posteando memes donde pregunta ¿ESTO ES UN HOMBRE? bajo fotos de Maradona en Nápoles y ChatGPT disfrazado de Gardel.  

El manual del buen vecino ahora incluye un capítulo titulado Cómo sobrevivir cuando tu enemigo es un vegetal y tu aliado un código fuente. Nadie lo lee, pero todos aseguran haberlo escrito.

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