sábado, 12 de abril de 2025

BRUJES

 Y) 



BRUJES



en el pueblo donde los alambrados crecen como enredaderas de púas y los pozos secos guardan susurros de contratos incumplidos vivía una bruja con diploma en letras góticas y cursos de maldiciones subsidiadas por el municipio su compañero era un ex corista de tangos metafísicos que olía a incienso adulterado y resinas de trámites pendientes juntos combatieron entidades de segunda categoría como el ángel custodio de la oficina de embargos que exigía diezmos en papel sellado o el astrólogo municipal quien predecía divorcios usando los horóscopos recortados de revistas viejas la última misión fue contra el cultivo ilegal de visiones en lotes fiscales donde brotaban peyotes modificados por decreto ley los persiguió una máquina de tarot construida con restos de tractores y manuales de autoayuda oxidados pero su magia ya no servía para detener los cultivos que crecían sin alma ni para descifrar los mensajes en las nubes ahora teñidas de fórmulas químicas anónimas en la plaza abandonada donde antes lanzaban caracoles adivinatorios solo quedaba un buzón oxidado con cartas de amor escritas por contadores públicos en papel membretado del banco central la bruja guardó su varita hecha de reglamentos vencidos y se dedicó a vender amuletos contra la mala suerte que eran igual de eficaces que los protocolos anticorrupción su compañero abrió un taller de llantos terapéuticos pero los clientes preferían llorar en secreto como dicta la ordenanza municipal número mil veintidós al final los encontraron sentados en la vereda compartiendo un vino de garrafa que sabía a resignación fermentada mientras el viento les leía en voz alta los decretos que nadie cumplía ni entendía ni pretendía entender


Z)


Decreto 666/XXIV: Sobre la Regulación del Arrobamiento y Otros Excesos Dionisíacos


En el Barrio Sur, donde los semáforos parpadeaban en código morse mensajes como "resignación a 12 cuotas" o "la luz al final del túnel es un LED defectuoso", el Licenciado Aróstegui —funcionario de tercera categoría en la Dirección de Albedo y Otras Ebriedades No Certificadas— revisaba expedientes de poetas clandestinos. Su oficina olía a café recalentado y tóner pirata, mezcla que él llamaba "el aroma oficial de la derrota administrativa". Aquel jueves, el caso era peculiar: un tal Serglobalius, acusado de "ebriedad poética en espacio público sin licencia en regla". La evidencia: un verso garabateado en un ticket de supermercado que decía "Haciendo Pan de Apolo en Diana".  

Aróstegui, cuya corbata tenía más manchas de tinta que dignidad, consultó el Manual de Fiscalización del Arrobamiento (Edición 2147). Allí, el artículo 47-B establecía: "Todo acto de creación mitológico-burocrática deberá contar con aprobación tripartita de las Secciones de Metáforas, Impuestos Retroactivos y Vigilancia de Suspiros" Serglobalius, según el informe, había omitido pagar la Tasa de Transustanciación Poética (TTP), requerida para "transformar deidades en pan o viceversa".  

Mientras tanto, en la plaza Libertad —renombrada Plaza del Déficit Onírico por el Decreto 7722/24—, un coro de titiriteros desempleados representaba "El Juicio Final de las Musas en Offside". Usaban marionetas hechas con formularios del ANSES y cables de teléfonos intervenidos. Diana, convertida en una marioneta con cabeza de calculadora, recitaba: ¿Qué es un poeta? Un kiosquero que vende suspiros con IVA incluido". Apolo, hecho de facturas de luz impagas, respondía: "No. Es un borracho que confunde el Olimpo con un boliche de Constitución"  

La trama se enredó cuando Aróstegui descubrió que Serglobalius no existía. Era un fantasma fiscal, un alias usado por cualquiera que osara mezclar lo divino con lo panificado sin permiso. El expediente contenía denuncias cruzadas: Pan denunciando a Apolo por "usurpación de identidad triguera", Apolo demandando a Diana por "acoso lumínico", y Diana, a su vez, multando al viento por "distribución ilegal de metáforas".  En su despacho, Aróstegui sintió cómo su identidad se licuaba. ¿Era él mismo o un personaje de un relato escrito por un burócrata ebrio de tinta roja? Su mano, moviéndose autónoma, firmó una orden de allanamiento contra sí mismo: "Por almacenar versos no declarados en las grietas del alma".  

Al final, nadie supo si el Pan era Apolo, si Diana era un algoritmo, o si el albedo —esa medida de reflectividad— se refería a la luz lunar o al brillo de las monedas en el fondo de un vaso vacío. El Barrio Sur siguió funcionando, como siempre, bajo el mantra no escrito: "Si la poesía no cabe en los formularios, quémala y declara el humo como gasto deducible".  

Y así, el meteorito —hecho de decretos acumulados— siguió orbitando, esperando el día en que alguien pagara por verlo caer.  

Epílogo no autorizado:  

«¿Poetas? Aquí solo hay funcionarios de lo imposible. Y hasta eso caducó» (Circular N° 47-XX/B, inciso ∆).

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