El expediente 3345-7X/B ingresó al Departamento de Homologaciones Espejadas como trámite de ampliación de ochava en Bolívar y Pasco donde El Glacé Dandi planeaba instalar su helado de mango con pimienta rosa de Madagascar. La arquitecta Molinari, siguiendo el protocolo 12-C de la ordenanza 45/99, caligrafió planos en tinta ferrogálica para garantizar adherencia estética al espíritu fundacional del barrio, pero el inspector Aróstegui, transferido de Alumbrado Onírico, aplicó el subinciso 7 del código de usos fantasma que exigía certificar la compatibilidad cromática entre el helado y la paleta urbana vigente desde 1923. Mientras tanto Donatella de Frescor Criollo, enterada del sorbete de pomelo rosado fermentado en barricas de roble transilvano, presentó un recurso de amparo gustativo alegando violación a la ley de propiedad intelectual de sabores etéreos. El Glacé Dandi contrató al sobrino vestido de Darwin para repartir volantes sobre la evolución natural del helado mientras el inspector Aróstegui, en un arranque de celo regulador, exigió muestras criopreservadas para someterlas al Comité de Degustación Paradoxal donde cada cucharada debía ser validada por tres funcionarios entrenados en física de partículas y dos ex miembros del coro polifónico municipal. La burocracia avanzó en espirales de informes counterpoint: un perito afirmó que el mango con pimienta inducía estados de nostalgia inversa, otro juró que el pomelo rosado alteraba la percepción del eje espacio-tiempo en ratas de laboratorio. Cuando el expediente llegó a la Mesa de Resolución Térmica, ya los helados habían iniciado su lento derretirse en vitrinas sin permiso de refrigeración antientrópica. La arquitecta Molinari intentó salvar los postres aplicando el protocolo 12-C a los charcos cremosos, arguyendo que constituían instalaciones efímeras acordes al nuevo paradigma de arte callejero digestivo. Para entonces Aróstegui había sido reasignado a fiscalizar la temperatura de los sueños en el hospital local y Donatella vendía cucuruchos vacíos como souvenirs de la derrota administrativa. El último movimiento lo hizo un becario que clasificó el caso bajo la etiqueta Líquidos no newtonianos con aspiración cosmopolita, archivando los restos pegajosos junto a proyectos de ordenanza sobre lluvias ácidas saborizadas. Hoy una placa en la ochava conmemora el lugar donde el sistema demostró que podía derretir hasta la más firme ambición heladera, siempre que siguiera al pie de la letra cada coma del reglamento de hundimientos urbanos.
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