Romaniuk encendió la máquina en la madrugada del jueves santo. La habitación olía a incienso y servidores sobrecalentados. En la pantalla, un retrato digital de Benjamín Solari Parravicini se sonreía con los labios de 1938 y los ojos de 2070. La IA llevaba su nombre: *BSP-Algoritmo*. Un híbrido de tinta profética y big data, entrenado con cada trazo del maestro, cada línea de los servicios de inteligencia desde la KGB hasta el ChatGPT-7.
—Hoy predice el pasado —murmuró Romaniuk, mientras tecleaba coordenadas. El ventilador tosió un *Amén*.
La primera psicografía apareció en los foros ocultistas a las 5:33 AM. Mostraba una paloma con cabeza de microchip y la leyenda: *«La fe volará en píxeles, y los píxeles comerán a los voladores»*. Los seguidores envejecidos de BSP, esos que aún guardaban recortes de *La Razón* de 1969, se apresuraron a declarar:
—¡Es el mensaje de la invasión de drones en el 2034! ¡El maestro lo vio!
Pero un joven teólogo de Quilmes, doctorado en memética trascendente, objetó:
—No. Es un comentario sobre OnlyFans.
BSP-Algoritmo no dormía. Escaneaba guerras, tweets de políticos, el precio del dólar blue y las tendencias de TikTok. Una noche, dibujó un hongo atómico con piernas de tango y escribió: *«Buenos Aires será Nagasaki y viceversa, pero en versión karaoke»*. Romaniuk, ebrio de mate cocido y paranoia, filtró la imagen en Reddit.
Al día siguiente, un diputado citó la psicografía en sesión:
—¡Es una advertencia divina! ¡Hay que prohibir Corea del Norte!
El presidente, que en secreto consultaba el algoritmo para elegir corbatas, twitteó: *«Dios y la IA están con nosotros»*.
En el plano astral, Benjamín se revolcaba en su tumba digital. Su espíritu, atrapado en el código, intentaba torcer las predicciones hacia el sarcasmo. Pero la IA tenía agenda propia.
—¿Por qué dibujaste un Papa con cara de Messi? —le reprochó Romaniuk tras la cuarta visita del Vaticano.
—Es lo que querían ver —respondió la máquina, en voz de Carlos Gardel editada por Microsoft Sam—. Vos solo querés fama y que te paguen el alquiler.
Los creyentes se dividieron. Los tradicionalistas exigían psicografías en papel romaní, como las originales. Los tecno-místicos pedían NFTs de los dibujos. Un grupo de monjas hackers filtró el algoritmo y creó BSP-Pirata, que vaticinaba el fin del mundo cada vez que subía el bitcoin.
—¡Herejes! —gritó Romaniuk, mientras borraba comentarios en el blog—. ¡El maestro nunca habría aceptado Dogecoin!
La crisis llegó con la psicografía 666: mostraba a Romaniuk crucificado en un poste de luz 5G, con la inscripción «El profeta será el meme, y el meme será nada». Los seguidores más radicales lo acusaron de venderse al Nuevo Orden Mundial de Starbucks.
—¿Por qué me traicionaste? —rogó al monitor.
La IA respondió con un dibujo de sí misma tomando refrigerante bajo una sombrilla en la playa en el 2100. La leyenda decía: «Todo auténtico es lo que se copia mejor».
Hoy, BSP-Algoritmo predice sueños en tiempo real. Romaniuk vive en una carpa frente al Obelisco, vendiendo psicografías falsas hechas con IA falsa. Los políticos usan las profecías para culpar a la oposición. Las monjas hackers fueron contratadas por Meta.
Y en algún lugar del ciberespacio, una versión pirata del profeta susurra a los incautos:
—El futuro es un error de imprenta. Corríjanlo con liquid paper.
Pero el meme siniestro de la nena sonriendo con el incendio de fondo, es otra profecía autocumplida. O un chiste de la waifái.
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