sábado, 24 de enero de 2009

Siempre adoré a mis primos

...El negro era un poco veleta…
Después de mariposear por ahí se había casado. Había sido el más simpático de chico,
…estoy pensando en un transplante, ellos serían buenos donantes, tienen un material genético muy compatible con mi propio adn…
Además el negro tenía y por lo que sé sigue teniendo una foca muerta entre las piernas, sólo que de muerta no tiene nada, pero que de eso se ocupe la mujer, que debe tener con que entretenerse.
Ahora bastaba trazar la genealogía del poder, la estructura del mito que acompañaría la lectura de la realidad: este país, la República Argentina, o la Federación Platina, o Nueva Palestina o como quieran llamarla es un dolorido colectivo inscrito o inscripto o inscriputito en surdamiérdica , junto a otras facciones nacionalistas o protonaziones
que se expanden y agitan como anémonas irremediablemente intoxicadas con su propia saliva, o son medusas,
y no es su saliva sino la cáustica sustancia que impregna sus cilias
con la cual mortifica las pequeñas criaturas que le sirven de alimento, y que no te vaya a mortificar un huevo, una nalga o una teta porque ahí la vas a pasar mal, y eso mi otro primo, el inmediatamente mayor al negro lo sabía muy bien, sabía que el veneno permanecía activo aún después de haberlas partido con una palita, aún después de muertas, lo sabía bien porque yo le había tirado media en la espalda, en la playa, y la marca que le había dejado era similar a un latigazo pero por suerte después de dos días de fiebre y alucinaciones no le quedó ninguna secuela.
Además pasaron como treinta y cinco años, y aunque yo recién salía del neuropsiquiátrico, éramos todos chicos, y no había necesidad de engrilletarme en el cuartito de atrás y dejarme al sereno toda la noche.
Por otra parte el sereno se emborrachaba y me cantaba boleros al oído, y vos sabés que a mí me gusta Philip Glass.
Después habíamos acudido al borde de la laguna, con su rampa y su pajonal, esa laguna que tanto había adorado el jipi, y después nos perdimos en los vericuetos del camino, nosotros siempre fumando de la flor del conocimiento del bien y del mal, entretanto meandrábamos por el yuyal autóctono llenos de penas y de cardos al decir de Miguel Hernández pero sin duda se refería a esa verdura levemente mentolada que mamá consumía hervida, anunciando perentoriamente que lo poco que comía era veneno lo cual es medianamente cierto cuando uno tiene alguna dificultad para metabolizar algún alimento, pero lo poco era más bien una porción satisfactoria y a repetición si había algo más rico que cardos como unas mollejitas rebozadas al horno así que meandrábamos con las escopetas al hombro y yo que soy pacifista y el mayor que es gay y el negro que es un terrible pijudo y el mediano que se casó dos veces y pretende no hacerse mala sangre pero él y yo somos lindos y ahora que somos viejos estamos mejor que sus hermanos y el jipi que era primo mío y de ellos y adoraba la laguna y cuanta vagina se te ocurra desde Guido hasta Vivoratá pero a contrasentido de su apodo nunca había fumado de la flor del conocimiento del bien y del mal pero nosotros flotábamos y lo que te quería decir es que sobrevivir en nuestra familia y ahora que mirábamos hacia atrás en ese clima forzado, con las escopetas al hombro, con esa sensación de diferencia e identidad, yo la había visto a mamá y la madre de estos chicos era su hermana, y ellos comían eso, y lo bebían y lo fumaban. Por ahí no me entendés porque tomé las pastillas cruzadas o porque perdí el bonete pero es eso, que seguíamos siendo los mismos con más arrugas, canas celulitis, sin dientes ni neuronas, tan iguales y tan diferentes que daba gusto, o daba asco, o daba algo.
Y las escopetas están descargadas. Y apuntan al suelo.
Ya no hay peligro.

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